En todas las formaciones sobre competencias de liderazgo que realizo, la resiliencia aparece como un factor clave para el desarrollo personal. Entendida como la capacidad humana de aceptar con flexibilidad las adversidades y sobreponerse a ellas, no deja de ser un misterio el por qué unas personas la tienen y otras no.
Es claro que la naturaleza puede dotarnos de una tendencia natural a favor o en contra en este sentido, pero lo más importante e interesante es que podemos desarrollarla con la práctica. Caer y levantarnos, caer y levantarnos, caer…y levantarnos… puede acabar convirtiéndose en una práctica clave que nos permita afrontar situaciones límite desde un punto de vista favorable.
El comienzo de este viaje a la resiliencia será como siempre darnos cuenta, observar con ojos de niño cómo nos relacionamos con los imprevistos, los cambios e incluso los desastres, y una vez aceptado el punto de partida, ponernos a trabajar para adaptar nuestros recursos personales a las circunstancias más adversas. La autoconfianza, el humor, la visión positiva, el trabajo en equipo, la autocrítica, el autocontrol emocional, la autoestima y la tenacidad para conseguir nuestros propósitos, serán ingredientes clave de este entrenamiento personal donde no podremos olvidar pedir ayuda cuando flaquean las fuerzas o no contamos con ellas. El principal objetivo de la resiliencia es superar la adversidad y para ello debemos encontrar los recursos necesarios, propios o ajenos.
Y es que la resistencia al dolor y la resistencia al cambio es algo habitual en el ser humano, a nadie le gusta sufrir y padecer, pero no es productiva. Esto lo saben bien los monjes budistas que practican el autodistanciamiento y la meditación, el no aferrarse a nada, la navegación de lo transitorio.
Asumir la transitoriedad no significa ser conformistas, sino aceptar que vivimos en un mundo en cambio, donde lo único que no cambia es el cambio. Frente al “fatalismo neurótico” del “soy así, no puedo hacer nada”, que aparece como un conformismo paralizador de la voluntad, surge la emergencia de sentido, (La voluntad de sentido, Viktor Frankl”), donde el hombre intenta encontrar el sentido en todas esas situaciones que le obligan en primer lugar a enfrentarse consigo mismo y autotrascender de las circunstancias para dirigirse a ellas con una actitud responsable. Convirtiendo muchas veces el dolor en un logro, toda una manifestación de nuestra resiliencia mental, física, emocional y espiritual.
La autotrascendencia pone en primer lugar la capacidad de decisión del hombre frente a las circunstancias, la actitud que elegimos tener cuando lo que ocurre no se puede cambiar. Lo que ocurre nos condiciona, pero no nos determina (El hombre doliente, Viktor Frankl).
Aprovecha el sentido de la corriente, y en vez de preguntarte el porqué de las cosas, atrévete a preguntarte el para qué y a buscar en el silencio respuestas que siempre han estado ahí pero no te has atrevido a mirar.