Hace unos días tuve la suerte de poder pasar horas observando la práctica de kite surfing en la maravillosa playa de Oliva. Cientos de surfistas con sus cometas surcaban las aguas llenando el cielo de vivos colores, sin molestarse unos a otros.
En la orilla, los primerizos aprendía a usar el equipo y a localizar la dirección del viento, aprendiendo poco a poco a volar la cometa (kite) desde la arena, aprendiendo también a detener la fuerza del kite, que puede ser excesiva para la navegación.
Ya en el agua, algunos, acompañados de profesores experimentados, se introducen en las artes del vuelo del kite y se instruyen en el control de los sistemas de seguridad. El mentor les ayuda a elevarse y observa a poca distancia la evolución y las caídas, que son constantes y forman parte del proceso.. Caen una y otra vez, a veces por exceso de impulso y otras por no saber aprovechar la dirección del viento.
Los aventajados van jugando a arrastrar el cuerpo (body dragging), y aprenden a realizar su propio auto rescate en el agua, aterrizan, caen y eligen el ángulo correcto con respecto al viento, siendo capaces de cambiar de rumbo.
En este nivel más avanzando, los surfistas saben acelerar, parar, mantener el rumbo y cambiarlo para ganar ventaja al viento. Son capaces de orzar (ir contra el viento) y arribar (ir en la dirección del viento), convirtiendo su práctica en una hermoso baile que da sensación de calma no exenta de sorpresas, hasta los más experimentados caen.
Todo esto me llevó a pensar sobre la vida y sus metáforas, y es que en realidad vivimos en una sociedad líquida en la que la vertiginosa rapidez de los cambios nos genera incertidumbre y malestar. La sobredosis de información, la inestabilidad laboral y personal, la crisis del compromiso y la pertenencia como valores, dibujan un escenario complejo y voluble, ya adelantado por el sociólogo Zygmunt Baumant en su libro Modernidad líquida (2001), lo líquido según este autor, no se fija en el espacio ni se ata al tiempo, se desplaza con facilidad, no es fácil detenerlo, haciendo necesaria la adaptación a cambios constantes.
En una sociedad donde el respeto a la palabra dada y la congruencia entre pensamiento, palabra y acciones, huelgan cada vez más por su ausencia, estamos llamados a convertirnos en life surfers que, aprendiendo sobre la marcha, intentan surcar (trasladarse por un fluido), los cambios, y no solo eso, sino disfrutarlos, aprovechar la dirección del viento y jugar con lo que aparentemente podría volcarnos.
Un proceso de coaching podría ayudarte a conocerte mejor y establecer, desde tus fortalezas y valores, tus propias herramientas de auto rescate, que te permitirán, como al kite surfer, dominar situaciones complejas cuando te encuentres solo. Caer, respirar y levantarte.
Te invito a observar en el aquí y ahora los cambios, a sustituir resistencia por fluidez, abrir el alma a la intuición. En cualquier situación, aún en aquellas que son irreversibles, el ser humano puede decidir su actitud, cómo enfrentarse a ellas. Feliz día.