Del 25 de enero al 11 de febrero hemos tenido el placer de disfrutar de esta gran producción en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.

La sala abarrotada de un público bastante más joven de lo normal para este género. Es estupendo poder ver y tocar la transformación de esta ópera española, (compuesta por Amadeo Vives y estrenada como ópera en 1915), con una puesta en escena que convierte una historia de relaciones sentimentales entre pobres y ricos en las praderas gallegas en un alegato metafórico a la ecología y al cuidado del planeta, un pasar página sin olvidar todos los excesos que nuestra tierra ha sufrido con los enormes desastres que los vertidos de chapapote han causado en las costas gallegas. Y todo ello sin desmerecer esos momentos de éxtasis amoroso, como el dúo final, que con la batuta de mi hermano y la alucinante puesta en escena de Paco Azorín, nos dejan los pelos de punta para una temporada.
Estoy segura de que os ha encantado ¿verdad? Para mí al placer de la música y el teatro se une la satisfacción personal y el orgullo de ver y sentir a mi hermano en el foso. Conociéndole tanto, una llega a creer que es una misma quien realiza azarosamente el trabajo extenuante de poner de acuerdo a los Maestros de la orquesta y a los artistas que dan forma a los personajes en la escena. Y cuando aparece el coro, en su breve pero impactante intervención, no puedo evitar reconocer los rostros de muchos amigos, excelentes cantantes, con los que compartí formaciones en el Operastudio de la Universidad de Alcalá, o sesiones de coaching donde intentaba acompañarlos en su proceloso viaje por el mundo de la lírica.
Esto de ir a Maruxa ha sido como una catarsis placentera, que decidí repetir una y otra vez, llegando a colarme hasta por la chimenea.
La próxima vez prometo avisaros con antelación.